Hoy rezaremos lluvia
Este extracto del libro de Greg Braden El efecto Isaías es muy clarificador respecto al poder de la oración.
¿La oración tiene el poder de manifestar?
¿Por qué algunas oraciones son escuchadas y producen resultados y otras no?
¿Son las palabras, los decretos o los rituales los que tienen poder?
¿Qué se activa mediante la oración?
Este extracto del libro de Greg Braden El efecto Isaías es muy clarificador respecto al poder de la oración.
¿La oración tiene el poder de manifestar?
¿Por qué algunas oraciones son escuchadas y producen resultados y otras no?
¿Son las palabras, los decretos o los rituales los que tienen poder?
¿Qué se activa mediante la oración?
Siempre me
sorprende la rapidez con la que los viejos recuerdos pueden inundar el
presente. Al igual que me sorprende lo pronto que se desvanecen. Al momento, mi
mente buscó las imágenes de lo que esperaba que iba a suceder a continuación.
Recordé las escenas de oración que me eran familiares. Recordaba haber ido a
los pueblos vecinos y ver a los nativos ataviados con prendas de su tierra.
Recuerdo haberlos estudiado mientras se movían rítmicamente al son de los mazos
de madera con los que percutían los tambores de cuero de alce tensado sobre
marcos de pino. Sin embargo, ningún recuerdo de mi mente podía prepararme para
lo que iba a presenciar.
-El círculo
de piedra es una rueda de medicina -me explicó David-. Que nosotros recordemos,
siempre ha estado aquí. La rueda no tiene poder en sí misma. Sirve como objeto
de concentración para invocar la oración. Puedes verlo como un mapa de
carreteras.
Yo debía de
haber puesto cara de perplejidad. Por lo que David se adelantó a mi pregunta y
la respondió antes de que hubiera acabado de formularla en mi mente.
-Un mapa entre los seres humanos y las fuerzas de este mundo
-dijo respondiendo a la pregunta que todavía no había formulado-. El mapa fue
creado aquí, porque en este lugar las pieles de ambos mundos son muy finas.
Cuando yo era un niño me enseñaron el lenguaje de este mapa. Hoy recorreré un
antiguo camino que conduce a otros mundos. Desde esos mundos, hablaré con las
fuerzas de esta tierra, para hacer lo que hemos venido a hacer. Invitar a la
lluvia.
Observé cómo
David se sacaba los zapatos. Hasta la forma en que se desataba los lazos de sus
viejas botas de trabajo era una oración, metódica, intencionada y sagrada. Con
sus pies descalzos sobre la tierra, se dio la vuelta y se apartó de mí en
dirección al círculo. Sin emitir sonido alguno recorría su camino alrededor de
la rueda, con sumo cuidado para respetar la colocación de cada una de las
piedras. Con veneración hacia sus antepasados, colocó sus desnudos pies sobre
la tierra agrietada. En cada paso, los dedos de sus pies se acercaban a menos
de un centímetro de las piedras exteriores. Ni una sola vez las tocó. Cada
piedra se quedó justo en el mismo sitio donde otras manos, de una generación
hace mucho tiempo desaparecida, las habían colocado. Mientras circundaba el
contorno más lejano del círculo, David se giró, permitiéndome ver su rostro.
Para mi sorpresa, sus ojos estaban cerrados. Habían estado así todo el tiempo.
¡Estaba venerando una a una la posición de cada piedra blanca y redonda
sintiéndolas mediante la posición de sus pies! David regresó al lugar más
cercano a mí y colocó sus manos en posición de oración delante de su cara. Su
respiración era casi imperceptible. Parecía no enterarse del calor del sol del
mediodía. Tras unos breves segundos en esta posición, respiró profundamente,
relajó la postura y se giró hacia mí.
-Vámonos, aquí ya hemos terminado -dijo
mirándome directamente.
-¿Ya? -pregunté un poco sorprendido.
Parecía como si acabáramos de llegar-. Pensé que íbamos a rezar para invocar a
la lluvia.
David se sentó en el suelo para ponerse
de nuevo los zapatos. Me miró y sonrió.
-No, yo te dije que «rezaría lluvia»
-respondió-. Si hubiera rezado para invocar a la lluvia, nunca podría
suceder.
Por la tarde
cambió el tiempo. La lluvia empezó de repente, con unos pocos sonidos sordos
sobre la tierra que estaba en dirección a las montañas del este. En cuestión de
minutos las gotas se fueron haciendo más grandes y más frecuentes, hasta que se
decla-ró una tormenta con todas las de la ley. Enormes nubes negras cubrían el
valle, oscureciendo las montañas de Colorado por el norte durante el resto de
la tarde. El agua
se acumulaba
con tanta rapidez que la tierra no la podía absorber, y al cabo de poco tiem-po
empezaron los temores a las inundaciones. Miré los 18 kilómetros de
salvia que había entre donde me encontraba yo y la cadena montañosa al este. El
valle parecía un inmenso lago.
A última hora de la tarde, miré la
previsión meteorológica de las estaciones locales. Aunque no estaba
sorprendido, recuerdo haber sentido admiración mientras los mapas del tiempo
coloreados parpadeaban en la pantalla. Las flechas animadas indicaban el típico
patrón de aire frío y húmedo que descendía formando un ángulo desde la región
Noroeste del Pacífico, atravesaba Utah y entraba en Colorado, como solía hacer
en los meses de verano. Luego, inexplicablemente, la corriente cambió su curso
e hizo algo excepcional. Observaba, sorprendido, cómo la masa de aire se
adentraba con precisión en el sur de Colorado y norte de Nuevo México antes de
formar un cerrado bucle para cambiar de dirección y regresar al norte,
reanudando su camino a través de la región Central. Con ese descenso se
convertía en un frente de baja presión y aire frío que se mezclaría con el aire
caliente y húmedo que ascendía del Golfo de México, la receta perfecta para la
lluvia. Por las previsiones del tiempo, parecía que iba a llover y bastante.
Llamé a David a la mañana siguiente.
-¡Qué desastre! -exclamé-. Las
carreteras han desaparecido. Las casas y los campos están inundados. ¿Qué ha
sucedido? ¿Cómo explicas toda esta lluvia?
La voz al otro lado de la línea
permaneció en silencio durante unos segundos.
-Ese es el problema -dijo David-. ¡Esta
es la parte de la oración que todavía no he comprendido!
A la mañana
siguiente, la tierra ya estaba lo bastante húmeda para aceptar más agua. Me
monté en el coche y atravesé varios Pueblos en dirección a la ciudad más
cercana. La gente estaba extasiada contemplando la lluvia. Los niños jugaban en
el barro. Los granjeros estaban en las ferreterías y tiendas de ultramarinos,
ocupándose de sus negocios de ganadería y agricultura. Las cosechas habían
sufrido un daño mínimo. El ganado tenía agua en sus estanques y parecía como si
el norte de Nuevo México hubiera superado la tristeza de la sequía, al menos en
lo que quedaba de verano.
GRATITUD: RESPIRAR LA VIDA EN NUESTRAS ORACIONES
La historia de David
ilustra perfectamente el funcionamiento interno de un modo de oración olvidado
por nuestra cultura hace casi dos mil años. Tras su breve ceremonia dentro del
círculo de la medicina, David me había mirado y dicho simplemente: «Vámonos,
aquí ya hemos terminado nuestro trabajo». El resto del tiempo que estuve con
David ese día, ahora tiene mucho más sentido e importancia.
Ya sé lo que significaba la respuesta de
David «he venido a rezar lluvia». El resto de la historia quizá sea mejor
contarla con sus propias palabras.
-Cuando era joven -dijo-, nuestros
mayores me transmitieron el secreto de la oración. El secreto es que cuando
pedimos algo, estamos reconociendo que no lo tenemos. Seguir pidiendo sólo
aumenta el poder de lo que nunca sucederá.
« El camino
entre el ser humano y las fuerzas de este mundo empiezan en nuestro corazón. Es
allí donde nuestro mundo de los sentimientos se une con el de nuestro
pensamientos ». En mi oración, empecé con un sentimiento de gratitud por todo lo que existe y por todo lo que ha
sucedido. Di gracias al viento del desierto, al calor y a la sequía, pues
hasta ahora así es como ha sido. No es bueno. No es malo. Ha sido nuestra
medicina.
»Luego
he escogido otra medicina. Empecé a sentir lluvia. Sentí la lluvia cayendo
sobre mi cuerpo. De pie en el círculo de piedra, imaginé que estaba en la plaza
de nuestro pueblo, descalzo bajo la lluvia. Sentí la sensación de la tierra
húmeda que rezumaba entre los dedos de mis pies. Olí el olor de la lluvia en
las paredes de paja y barro de las casas de nuestro pueblo después de las
tormentas. Sentí la sensación de caminar por los campos de maíz que crecía
hasta la altura de mi pecho debido a la generosidad de las lluvias. Los
ancianos nos recuerdan que así es como elegimos nuestro camino en este mundo.
Primero hemos de tener el sentimiento de lo que deseamos experimentar. Así es
como plantamos las semillas para un nuevo camino. De ahí en adelante -prosiguió
David- nuestra oración se convierte en una acción de gracias.
-¿Gracias? ¿Quieres decir gracias por lo
que hemos creado?
-No, no por lo que hemos creado
--respondió David – la creación ya esta completa. Nuestra oración se convierte en una oración de gracias por la oportunidad
de elegir que creación vamos a experimentar. Mediante nuestro agradecimiento, veneramos
todas las posibilidades y atraemos a nuestro mundo aquellas que deseamos.
Extracto del libro de Gregg Braden
El efecto Isaías
Hola muchas gracias por tan hermosa labor de difusion, me encanto tu blog, y ademas este Relato de la Oracion, estoy totalmente de acuerdo con lo que dice David, Normalmente solo pedimos a nuestro Creador y le pedimos y le pedimos, pero nunca le damos gracias por el simple echo de despertarnos, ha sido de gran Conocimiento para Mi, mejorare mi manera de Orar a DIOS, el Señor te siga llenando de Bendiciones.Amen.
ResponderEliminarMuchas gracias a ti por elegir leerlo y elegir mejorar tu oración. Un cálido saludo
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