lunes, 22 de abril de 2013

Hoy rezaremos lluvia


Hoy rezaremos lluvia

Este extracto del libro de Greg Braden El efecto Isaías es muy clarificador respecto al poder de la oración.
¿La oración tiene el poder de manifestar?
¿Por qué algunas oraciones son escuchadas y  producen resultados y otras no?
¿Son las palabras, los decretos o los rituales los que tienen poder?
¿Qué se activa mediante la oración?
 

Siempre me sorprende la rapidez con la que los viejos recuerdos pueden inundar el presente. Al igual que me sorprende lo pronto que se desvanecen. Al momento, mi mente buscó las imágenes de lo que esperaba que iba a suceder a continuación. Recordé las escenas de oración que me eran familiares. Recordaba haber ido a los pueblos vecinos y ver a los nativos ataviados con prendas de su tierra. Recuerdo haberlos estudiado mientras se movían rítmicamente al son de los mazos de madera con los que percutían los tambores de cuero de alce tensado sobre marcos de pino. Sin embargo, ningún recuerdo de mi mente podía prepararme para lo que iba a presenciar.

-El círculo de piedra es una rueda de medicina -me explicó David-. Que nosotros recordemos, siempre ha estado aquí. La rueda no tiene poder en sí misma. Sirve como objeto de concentración para invocar la oración. Puedes verlo como un mapa de carreteras.

Yo debía de haber puesto cara de perplejidad. Por lo que David se adelantó a mi pregunta y la respondió antes de que hubiera acabado de formularla en mi mente.

-Un mapa entre los seres humanos y las fuerzas de este mundo -dijo respondiendo a la pregunta que todavía no había formulado-. El mapa fue creado aquí, porque en este lugar las pieles de ambos mundos son muy finas. Cuando yo era un niño me enseñaron el lenguaje de este mapa. Hoy recorreré un antiguo camino que conduce a otros mundos. Desde esos mundos, hablaré con las fuerzas de esta tierra, para hacer lo que hemos venido a hacer. Invitar a la lluvia.

Observé cómo David se sacaba los zapatos. Hasta la forma en que se desataba los lazos de sus viejas botas de trabajo era una oración, metódica, intencionada y sagrada. Con sus pies descalzos sobre la tierra, se dio la vuelta y se apartó de mí en dirección al círculo. Sin emitir sonido alguno recorría su camino alrededor de la rueda, con sumo cuidado para respetar la colocación de cada una de las piedras. Con veneración hacia sus antepasados, colocó sus desnudos pies sobre la tierra agrietada. En cada paso, los dedos de sus pies se acercaban a menos de un centímetro de las piedras exteriores. Ni una sola vez las tocó. Cada piedra se quedó justo en el mismo sitio donde otras manos, de una generación hace mucho tiempo desaparecida, las habían colocado. Mientras circundaba el contorno más lejano del círculo, David se giró, permitiéndome ver su rostro. Para mi sorpresa, sus ojos estaban cerrados. Habían estado así todo el tiempo. ¡Estaba venerando una a una la posición de cada piedra blanca y redonda sintiéndolas mediante la posición de sus pies! David regresó al lugar más cercano a mí y colocó sus manos en posición de oración delante de su cara. Su respiración era casi imperceptible. Parecía no enterarse del calor del sol del mediodía. Tras unos breves segundos en esta posición, respiró profundamente, relajó la postura y se giró hacia mí.

-Vámonos, aquí ya hemos terminado -dijo mirándome directamente.

-¿Ya? -pregunté un poco sorprendido. Parecía como si acabáramos de llegar-. Pensé que íbamos a rezar para invocar a la lluvia.

David se sentó en el suelo para ponerse de nuevo los zapatos. Me miró y sonrió.

-No, yo te dije que «rezaría lluvia» -respondió-. Si hubiera rezado para invocar a la lluvia, nunca podría suceder.

Por la tarde cambió el tiempo. La lluvia empezó de repente, con unos pocos sonidos sordos sobre la tierra que estaba en dirección a las montañas del este. En cuestión de minutos las gotas se fueron haciendo más grandes y más frecuentes, hasta que se decla-ró una tormenta con todas las de la ley. Enormes nubes negras cubrían el valle, oscureciendo las montañas de Colorado por el norte durante el resto de la tarde. El agua

se acumulaba con tanta rapidez que la tierra no la podía absorber, y al cabo de poco tiem-po empezaron los temores a las inundaciones. Miré los 18 kilómetros de salvia que había entre donde me encontraba yo y la cadena montañosa al este. El valle parecía un inmenso lago.

A última hora de la tarde, miré la previsión meteorológica de las estaciones locales. Aunque no estaba sorprendido, recuerdo haber sentido admiración mientras los mapas del tiempo coloreados parpadeaban en la pantalla. Las flechas animadas indicaban el típico patrón de aire frío y húmedo que descendía formando un ángulo desde la región Noroeste del Pacífico, atravesaba Utah y entraba en Colorado, como solía hacer en los meses de verano. Luego, inexplicablemente, la corriente cambió su curso e hizo algo excepcional. Observaba, sorprendido, cómo la masa de aire se adentraba con precisión en el sur de Colorado y norte de Nuevo México antes de formar un cerrado bucle para cambiar de dirección y regresar al norte, reanudando su camino a través de la región Central. Con ese descenso se convertía en un frente de baja presión y aire frío que se mezclaría con el aire caliente y húmedo que ascendía del Golfo de México, la receta perfecta para la lluvia. Por las previsiones del tiempo, parecía que iba a llover y bastante. Llamé a David a la mañana siguiente.

-¡Qué desastre! -exclamé-. Las carreteras han desaparecido. Las casas y los campos están inundados. ¿Qué ha sucedido? ¿Cómo explicas toda esta lluvia?

La voz al otro lado de la línea permaneció en silencio durante unos segundos.

-Ese es el problema -dijo David-. ¡Esta es la parte de la oración que todavía no he comprendido!

A la mañana siguiente, la tierra ya estaba lo bastante húmeda para aceptar más agua. Me monté en el coche y atravesé varios Pueblos en dirección a la ciudad más cercana. La gente estaba extasiada contemplando la lluvia. Los niños jugaban en el barro. Los granjeros estaban en las ferreterías y tiendas de ultramarinos, ocupándose de sus negocios de ganadería y agricultura. Las cosechas habían sufrido un daño mínimo. El ganado tenía agua en sus estanques y parecía como si el norte de Nuevo México hubiera superado la tristeza de la sequía, al menos en lo que quedaba de verano.

GRATITUD: RESPIRAR LA VIDA EN NUESTRAS ORACIONES

La historia de David ilustra perfectamente el funcionamiento interno de un modo de oración olvidado por nuestra cultura hace casi dos mil años. Tras su breve ceremonia dentro del círculo de la medicina, David me había mirado y dicho simplemente: «Vámonos, aquí ya hemos terminado nuestro trabajo». El resto del tiempo que estuve con David ese día, ahora tiene mucho más sentido e importancia.

Ya sé lo que significaba la respuesta de David «he venido a rezar lluvia». El resto de la historia quizá sea mejor contarla con sus propias palabras.

-Cuando era joven -dijo-, nuestros mayores me transmitieron el secreto de la oración. El secreto es que cuando pedimos algo, estamos reconociendo que no lo tenemos. Seguir pidiendo sólo aumenta el poder de lo que nunca sucederá.

« El camino entre el ser humano y las fuerzas de este mundo empiezan en nuestro corazón. Es allí donde nuestro mundo de los sentimientos se une con el de nuestro pensamientos ». En mi oración, empecé con un sentimiento de gratitud por todo lo que existe y por todo lo que ha sucedido. Di gracias al viento del desierto, al calor y a la sequía, pues hasta ahora así es como ha sido. No es bueno. No es malo. Ha sido nuestra medicina.

»Luego he escogido otra medicina. Empecé a sentir lluvia. Sentí la lluvia cayendo sobre mi cuerpo. De pie en el círculo de piedra, imaginé que estaba en la plaza de nuestro pueblo, descalzo bajo la lluvia. Sentí la sensación de la tierra húmeda que rezumaba entre los dedos de mis pies. Olí el olor de la lluvia en las paredes de paja y barro de las casas de nuestro pueblo después de las tormentas. Sentí la sensación de caminar por los campos de maíz que crecía hasta la altura de mi pecho debido a la generosidad de las lluvias. Los ancianos nos recuerdan que así es como elegimos nuestro camino en este mundo. Primero hemos de tener el sentimiento de lo que deseamos experimentar. Así es como plantamos las semillas para un nuevo camino. De ahí en adelante -prosiguió David- nuestra oración se convierte en una acción de gracias.

-¿Gracias? ¿Quieres decir gracias por lo que hemos creado?

-No, no por lo que hemos creado --respondió David – la creación ya esta completa. Nuestra oración se convierte en una oración de gracias por la oportunidad de elegir que creación vamos a experimentar. Mediante nuestro agradecimiento, veneramos todas las posibilidades y atraemos a nuestro mundo aquellas que deseamos.

Extracto del libro de Gregg Braden El efecto Isaías

 Nuestras oraciones siempre son escuchadas y siempre son respondidas. Es nuestro sentimiento sostenido lo que activa la manifestación.

2 comentarios:

  1. Hola muchas gracias por tan hermosa labor de difusion, me encanto tu blog, y ademas este Relato de la Oracion, estoy totalmente de acuerdo con lo que dice David, Normalmente solo pedimos a nuestro Creador y le pedimos y le pedimos, pero nunca le damos gracias por el simple echo de despertarnos, ha sido de gran Conocimiento para Mi, mejorare mi manera de Orar a DIOS, el Señor te siga llenando de Bendiciones.Amen.

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    1. Muchas gracias a ti por elegir leerlo y elegir mejorar tu oración. Un cálido saludo

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